Reconocido en Europa, olvidado en Guadalajara: Oda al botánico, farmacéutico y doctor Leonardo Oliva
Columna de Opinión
Los restos de Leonardo Oliva están en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres: ISRAEL ROLÓN BARADA
Por el historiador Jesús Asdrúbal Ruiz Alcalá
En el boletín de la Sociedad Médico-farmacéutica de Guadalajara de agosto de 1933; el Dr. Alfonso Castañeda opinaba que, “Leonardo Oliva ha sido el más grande naturalista que ha tenido Jalisco”. No en vano, su efigie se encuentra en la rotonda de los jaliscienses ilustres.
Enumerar o describir en pocos renglones, todas las aportaciones y trayectoria de Leonardo Oliva en el ámbito farmacológico, botánico y médico en Jalisco del siglo XIX se torna complicado y casi imposible, no obstante, un acercamiento parcial y descriptivo a algunas de sus aportaciones más significativas, ayuda a apreciar y reconocer en su justa dimensión, la labor científico profesional de este tipo de personajes poco recordados que vivieron en Guadalajara y lograron influir de manera importante en la ciencia local y a nivel internacional en su especialidad de trabajo en el siglo XIX.
Leonardo Oliva de Álzaga, “Nació el 6 de noviembre de 1814 en el pueblo de Ahualulco, que en aquel entonces pertenecía al 12º Cantón de Jalisco, localidad que actualmente lleva el nombre de Ahualulco de Mercado. Fueron sus padres los señores Juan de Oliva –quien fue subdelegado político de su pueblo natal– y Guadalupe de Álzaga”.
A los trece años Leonardo Oliva, se trasladó a Guadalajara a continuar sus estudios, llegando a recibir el 6 de septiembre de 1939 el título de profesor en medicina, y aunque comúnmente se le identifica como “el Doctor Leonardo Oliva”, siempre tuvo un interés muy particular por los estudios de farmacología, que lo llevó a que “el mismo gobernador Herrera y Cairo le otorgara el título de farmacéutico en 1855”.
También, una peculiaridad que lo distinguió, y que era poco común en aquellos tiempos, era que, Leonardo Oliva, entendía griego, latín, francés y lenguas nativas como el otomí, tarasco y se habla de que también entendía el nahuatl; parece que esta preparación lingüística se debía a que le facilitaba su acceso a las investigaciones botánicas de la herbolaria originaria, que fue el sustento y base de sus investigaciones botánicas y farmacológicas.
Por otra parte, en términos abreviados, se puede señalar que el ejercicio de su trayectoria profesional se desarrolló prácticamente en el Hospital de Belén; impartiendo diversas cátedras de medicina, farmacia y botánica a nivel universitario y enseñando latín en el liceo de varones; asimismo, se destacó principalmente en la investigación botánico-farmacológica y por participar en sociedades profesionales nacionales y extranjeras, como lo fue, en el último caso, a la academia de medicina de parís.
De igual manera, vale la pena mencionar con puntual atención, lo concerniente a sus obras escritas, una de las más reconocidas son las que se publicaron en 1853 y 1854 en dos tomos, que llevan por título: Lecciones de Farmacología dadas por el catedrático del ramo en la Universidad de Guadalajara; de la cual, en palabras del historiador Alberto Santoscoy, “la dedicó al Sr. Obispo Aranda y Carpinteiro; obra de la cuál dicen personas peritas, que es muy notable clasificación fisiológica, y las descripciones de las propiedades medicinales de las plantas nativas”. La importancia de esta obra estribó en que “la nomenclatura del naturalista jalisciense fue adoptada en Europa; y sus grandes méritos científicos lo hicieron acreedor a que en Alemania se le dedicara un género de las “compuestas” que lleva su nombre “Olivas”.
Además, otro ámbito que poco o casi nada se menciona, es que, su genio y sus intereses intelectuales, lo impulsaron a escribir obras históricas que se encuentran extraviadas, pero que se sabe existieron, testimonio de ello, lo corroboran el Doctor Amado Ruíz Sánchez; el Ingeniero, historiador y escrito José R. Benítez y el mismo Alberto Santoscoy; entre dichas obras, podemos citar una Historia de Jalisco precortesiano, escrita en latín; o una historia de la medicina mexicana, primera en su género, que fue enviada a la Academia Imperial de Medicina en París, misma que propició que gracias a este último trabajo su fama se extendiera a Londres y Berlín.
Para dimensionar la importancia del trabajo de Leonardo Oliva, lo describiremos de manera breve, desde la óptica del Dr. Amado Ruíz Sánchez, cuando puntualizó que, “el Dr. Oliva se adelantó un cuarto de siglo a los pioneros de la farmacología de Europa […] y medio siglo antes de que, en América del Norte, John Abel organizara los estudios de farmacología en la Universidad de John Hopkins en 1893; Leonardo Oliva ya había organizado los estudios de farmacología en Guadalajara en 1850 […]”.
De la misma forma, el mismo Dr. Amado Ruíz Sánchez, señaló, que en el caso de este médico-botánico-farmacéutico “llama la atención y cierto asombro, pensar como un hombre laborando solo en una ciudad de provincia y sin haber realizado viajes a Europa, pudo haber llegado a perfeccionar conocimientos en química, botánica y farmacología, de haber impresionado a científicos extranjeros, además, como lo afirmó Alberto Santoscoy, haber escrito la primera historia de la medicina mexicana”.
¡Y quien lo pensara! Señaló Alberto Santoscoy, “El gran sabio que nos ocupa murió en la miseria y careció hasta de los más preciso para subsistir en los últimos días de su vida […] su delito, pensar de modo distinto del que se adueñaba del poder. ¡Ni la aureola luminosa de la sabiduría y del genio sirvieron de paladión para hacerse respetar de los contrarios!”. Al parecer, la historia nos muestra una y otra vez, que tristemente, la trama entre política, poder, ideología y ciencia no ha cambiado mucho, pues, así como el poder político puede beatificar a un personaje de su predilección, al mismo tiempo, puede perseguir hasta sumir en la angustia e ignominia al que piensa de otra manera la sociedad o la vida.
Fue así, que el 6 de noviembre de 1872 falleció Leonardo Oliva en Guadalajara, con probabilidad de que fue inhumado en el Panteón de Belén, o solo fue enterrado en una tumba olvidada según lo menciona Alberto Santoscoy.
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