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OPINIÓN. HURGAR CON CATALEJOS. NUEVA POESÍA


Por Amado Aurelio Pérez

Hoy, bajo la premisa de un territorio desocupado, la empresa colonialista israelí destruye sin miramientos de ningún tipo bajo el argumento de la propia defensa, cuando “la destrucción total no va dirigida a la supervivencia biológica, únicamente, sino a cada una de las estructuras de la vivencia” (Meruane 18), de manera en que no quede rastro de la historia que ha habitado la tierra palestina. Es en este punto en donde dentro de la narrativa del libro, es de suma importancia mantener vivas las expresiones del pensamiento palestino; autores como Edward Said y Mahmud Darwish aparecen reiteradamente en los epígrafes y dentro del cuerpo de los ensayos como un gesto afirmativo sobre las mentes que piensan el territorio palestino desde su resistencia, desde la humanidad de sus habitantes y desde la cultura que Israel lleva tratando de borrar desde el inicio de la nakba.

Casi treinta años después de la caída del muro de Berlín y de la disolución del socialismo oficial persiste un deslumbramiento por el final de la Guerra Fría y el ocaso de su legado moderno. No debe sorprender, por tanto, que se debatan constantemente las categorías más profundas del ser y su naturaleza (ontológica, ética, genérica, ecológica), y menos que sean algunos de los exponentes más notables del pensamiento marxista del nuevo siglo quienes lo hagan –si bien desde la univocidad de un orden sin claras alternativas de exterioridad–. Dos instancias notables y controversiales sirven de ejemplo: en el año 2000 Antonio Negri, conocido filósofo y activista italiano, en conjunto con Michael Hardt, crítico literario norteamericano especializado en literatura alemana, postularon la idea de multitud para repensar las posibilidades del comunismo más allá de la noción de pueblo o nación. Ambos buscaban ensayar nuevos rumbos ante la radicalidad de los nuevos modos de producción capitalista, una tarea siempre inherente al marxismo.[1]

Es probable que lo más interesante que ahora mismo ocurre en la poesía mexicana sea ajeno, en más de un sentido, a las grandes casas editoriales. Situación que, vista en perspectiva, no nos es del todo extraña, pues bastaría cuestionarnos por cuántos de los libros que cimentan nuestra tradición no vieron la luz primero sino en una modesta edición de autor o gracias al apoyo de un sello editorial en ciernes. Pocos, en realidad, han sido los poemarios mexicanos que han tenido la ventaja de llegar, como hoy lo hacen cientos de libros, sin tantas dificultades, a las manos de lectores y críticos. 

Ahora más que nunca resulta significativo que la poesía mexicana trabaje sobre su propia tradición, que tenga presentes sus propios nombres y sus propios contextos, pues, como es bien sabido, las heterogéneas realidades latinoamericanas hicieron indispensable construir una literatura cercana a sus problemas, a sus dinámicas y a sus identidades. Fue, precisamente, el Estridentismo mexicano uno de los movimientos pioneros en la resignificación de la vanguardia desde la orbita concreta de la urbe ajena a los imaginarios europeos y norteamericanos. Y es ésta la misma impresión que nos deja la propuesta de Darío González en Libro IV, pues, ante el caos y la aglomeración de la cuidad latinoamericana, sus calles, sus contradicciones, sus basureros, sus autobuses y sus trenes, el poeta no se distancia y contempla el todo desde una distancia segura, sino que se inscribe en el enorme carnaval que rebosa en sus esquinas, en su furia, en el ensordecedor ruido de los automóviles y las máquinas rotas que lanzan iridiscentes rayos.

El diálogo que sostiene el poeta con su tradición es el uso de la personalización de los objetos, la elección de las imágenes, los símiles y las metáforas. Lejos de los lugares comunes, tan propios de cierta poesía automatizada, Darío González nos muestra un panorama inusitado de relaciones e interconexiones que llaman las más de las veces a la sorpresa. El lenguaje, por sí mismo, se torna ajeno a la mera comunicación y se vuelve materia expresiva. Si a ello se añade la enorme cantidad de veces que los poemas, en su mayoría extensos, hacen uso de esta estrategia, el lector se halla ante un renovado barroco latinoamericano o ante la actualización lograda de los movimientos de vanguardia, signo inequívoco de los nuevos rumbos que los escritores siguen el día de hoy.


[1]Michael Hardt & Antonio Negri: Empire, Harvard University Press, Cambridge, 2000.

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