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LOS VIAJES SON PARA EL VERANO


Columna de Opinión

Algunos momentos de mi estancia en Venecia y una en la playa, hace 20 años con Mariana Castelao Cámara. Fotos: ISRAEL ROLÓN BARADA

Por Israel Rolón Barada

Venezia Julio de 2025

Mientras muchos no pueden viajar, y tal vez nunca han salido de su país, reconozco que los veranos son la época más propicia del año en general para desplazarse, visitar amigos o familiares que no podemos ver a menudo por el factor tiempo y la distancia. También para descubrir nuevos lugares, explorar y comparar nuevas culturas y nuevos ambientes y escenarios inimaginables.

Yo, en mi caso, me he pasado toda la vida viajando, por mi cuenta. Citando a José Alfredo Jiménez, “con dinero o sin dinero…, he hecho siempre lo que quiero…” Es lo más que me satisface en esta vida, además de escribir. Y mi más importante recomendación a todos los que puedan hacerlo por igual.

Este verano en particular, tras un largo recorrido por España e Italia, trabajando también simultáneamente en mi nuevo proyecto biográfico, he terminado mi programa en un lugar único en el mundo, mágico. Un gran destino veraniego por su belleza, su historia, su arquitectura, pero sobre todo por el amor al arte. Un verdadero templo a todas las artes que a su vez proporciona un escenario romántico a todos sus visitantes, independiente del trasfondo cultural, étnico, género, raza o edad.

Se trata de Venecia. Un lugar dorado en mis ensueños donde he estado de puras vacaciones en unas seis ocasiones en mi vida. Desde estudiante universitario hasta el presente.

Anoche, luego de realizar mi último recorrido, incluyendo la visita a la casa museo de Peggy Guggenheim, una verdadera maravilla en todos los sentidos, tanto por la mansión como por la exquisita colección, tuve la feliz experiencia de sentarme a apreciar el atardecer en un bar mirando al Gran Canal y a la iglesia de Santa Lucía. Justo en la mesa del lado se encontraba una simpática familia mexicana del DF, específicamente del Pedregal. Los padres envueltos en un áurea de amor acompañados por sus tres hijos, bendecidos por toda la gracia, la belleza y la fuerza de su juventud, y por supuesto, con todo un mundo por delante.

Al sentir su acento, tan querido para mí, me atreví a interrumpirlos. Hablamos de tantas cosas, política, historia, cultura… Y saltando de tema en tema les conté una anécdota personal. Su acento y el romántico escenario me evocaron inevitablemente un hermoso recuerdo de juventud. Una gran ilusión amorosa que nació y murió en Venecia, justo durante mi primera visita de verano a esta ciudad. Un recuerdo muy profundo y una grata experiencia que pese a los años, décadas, todavía conservo en mi memoria y en mi corazón el nombre de aquella joven universitaria, que, en compañía de su familia, visitaba como turista la bella ciudad. Se llamaba Mariana Castelao Cámara, y para entonces vivía en Villa Obregón de la Ciudad de México.

Venecia me evoca la nostalgia de aquel momento romántico de juventud. Algo inevitable al percibir tanto amor en todas las direcciones, al igual que el acento mexicano por todos los rincones de esta plataforma artística, tan propicia para conocer nuevos amigos y, tal vez, un verdadero amor. Pienso que todos merecen visitar este lugar al menos una vez en la vida. “A PRESTO VENEZIA!”

El contenido y las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva

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REFLEXIÓN SOBRE ANA MARÍA MATUTE EN SU CENTENARIO


Columna de Opinión

Por Israel Rolon-Barada

Ana María Matute e Israel Rolón Barada. Foto: ISRAEL ROLÓN BARADA


Philadelphia, 26 de julio de 2025

La novelista barcelonesa Ana María Matute (1925-2014), autora de Los Abel (1948), Fiesta al noroeste (1953), Primera memoria (1959) y Los soldados lloran de noche (1964), entre otras obras y ganadora de premios literarios como el Planeta, el Nadal y el Cervantes, se distinguió por su calidad narrativa y gran afinidad humana con su generación a través de las diferentes etapas de la literatura española contemporánea.

Como una primera reflexión sobre la literatura de posguerra y punto de partida de su trayectoria literaria es necesario hacer referencia a su discurso durante la ceremonia de la entrega del Premio Cervantes el 27 de abril de 2011. Siempre expresaba con mucha modestia y humildad que una serie de escritoras como Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite y ella misma lograron «hacer algo productivo» y escribir durante la posguerra y el transcurso del franquismo.

Reconocía que «a pesar de que ha habido grandes cambios y progreso desde entonces, todavía faltaba mucho por hacer dentro de la literatura española contemporánea para lograr esa igualdad entre el hombre y la mujer. Existe hoy en día un abanico de posibilidades, estilos y formas en nuestra literatura.»

Al pedirle su opinión sobre el panorama literario español de entonces, señalaba a Javier Marías como un gran escritor contemporáneo.

En ocasiones cuando hablaba de sí misma confesaba que, al igual que Laforet, ella también dejó de escribir por varios años. En su caso por unos veinte, desde la década de los años setenta hasta que en 1996, gracias a Carmen Balcells y todo el apoyo que le brindó (secretaria, despacho, etc.), logró volver a la escritura.

Fue entonces cuando terminó de escribir y publicó “Olvidado Rey Gudú”, que consideraba su libro preferido, «la historia que llevaba guardada desde niña.»

Volvió a escribir después de una larga depresión que ella misma no podía explicarse, porque en realidad era cuando más feliz debería haber estado. Ya había recuperado a su hijo Juan Pablo luego de su separación matrimonial de Ramón Eugenio de Goicoechea, a quien ella llamaba «el malo». Durante el franquismo, el gobierno establecía que en una separación matrimonial (no se legalizó el divorcio hasta junio de 1981, años después de la muerte de Franco) los hijos menores de edad quedaban bajo la custodia del padre. La madre tenía que esperar al menos tres años para poder recuperar a su propio hijo. Hasta probar que era una buena madre y que su comportamiento era digno de obtener la custodia y hacerse cargo del menor. Esta había sido una de las experiencias y etapas más difíciles de toda su vida.

Recordaba durante nuestra última entrevista en el verano de 2011 cómo gracias a su suegra, «que era una gran mujer», podía ver a su hijo a escondidas. También me contó cómo este, con 8 ó 9 años de edad, comprendía la situación y le preguntaba: «¿Mamá, cuándo podemos quedar, cuándo nos volvemos a ver?»

A modo de ejemplo de las dificultades y el sufrimiento que atravesaba, me confesaba lo siguiente: «Mi ex – marido nunca fue buen padre. En casa nunca había dinero y a él tan sólo le interesaban los ingresos que entraban de la publicación y la venta de mis libros. El único día que llevó a nuestro hijo al cine, al momento de pagar, le preguntó a su hijo si tenía dinero para las entradas. Como era de esperar, el niño no tenía dinero y se volvieron a casa sin ver la película.» Me hizo comprender que su primer marido era una persona interesada, materialista y egoísta, que estaba a su lado solo por los escasos ingresos que la autora recibía de su producción literaria. La mención de este tema es porque venía a ser la primera de las dos situaciones adversas más delicadas y traumáticas (aunque no en orden cronológico) que enmarcaban sus recuerdos negativos desde la Guerra Civil y la posguerra, hasta la época cuando realizamos la entrevista.

«Fue una de las etapas más tristes y dolorosas de mi vida, mi primer matrimonio, la separación, y el proceso de recuperar a mi hijo entre 1963 y 1965.

Luego, como un milagro, como una bendición del cielo, pude viajar con mi niño a los Estados Unidos y trabajar como profesora visitante por un año en Bloomington, Indiana, y dejar atrás España. Pero no es cierto que mi ex marido conservara manuscritos míos inéditos en su poder como se había comentado en la Universidad de Barcelona. Más adelante pude rehacer mi vida y conocer a mi segundo marido, “el bueno”, que fue como un verdadero padre para mi hijo.» Se refería al gran amor de su vida, Julio Brocaral, que murió en 1990.

La segunda situación difícil por la cual tuvo que atravesar fue precisamente ser mujer y escritora durante la España de posguerra y el franquismo. Aunque había sido valorada y había ganado todos los premios literarios posibles desde 1952 – incluido el Cervantes en 2010 y su ingreso en la Real Academia Española en 1996 (tercera mujer en alcanzar esta distinción en 300 años) -, reconocía cuán duro había sido el ser escritora desde sus comienzos.

Recordaba cómo tuvo que ir acompañada de su padre para poder legalizar la edición y publicar su primera novela “Los Abel” en 1948. Una novela de inspiración bíblica que escribió cuando tenía 19 años de edad: «Es la historia de la humanidad y de la injusticia. Es una historia basada en la lectura de la Biblia. Hablamos del principio del “cainismo” en la literatura. Caín era el poco agraciado, al que todo le salía mal. En cambio, Abel era el más guapo y afortunado. Por ejemplo: cuando Caín hacía el fuego era un fracaso. A Abel, al querer hacer fuego, su hoguera le salía perfecta, hacia arriba…

Por eso Caín mata a Abel, al igual que en mi novela, por eso al final Tito tenía que morir en manos de su hermano mayor Aldo.» En cuanto al estilo y la escritura del libro, «en aquel entonces, a esa edad, no se pensaba en símbolos o arquetipos como parte de la construcción de una novela, como por ejemplo, el uso de los espejos.» Su obra fue cambiando y desarrollándose. Por ejemplo, durante sus primeras etapas de madre, escribió literatura para niños, género que abandonó cuando creció su hijo.

En cuanto a la Generación de la década de los años 50, Matute confesaba lo siguiente: «Nos queríamos mucho. Recuerdo que cuando vivía en Madrid, durante esos años, los escritores de la posguerra nos reuníamos a menudo, íbamos de copas y compartíamos nuestras cosas, como una familia.» Por otro lado, reconocía que era una época muy dura para ser escritora. También recordaba el malestar que sintió cuando recibió una crítica negativa de Manuel Cerezales, marido de Carmen Laforet, en 1954, sobre su obra «Pequeño teatro”. A pesar de ello, admitió que era «una crítica fuerte pero merecida y profesional.» A partir de 1970, después de la separación matrimonial entre Cerezales y Laforet, mantuvo un trato especial y una buena comunicación con él sobre temas literarios y que aquella crítica de los años 50 había quedado atrás.

Otro ejemplo de lo difícil que era escribir lo manifestaba por medio de su experiencia con la censura del régimen. Cuando su novela “Luciérnagas” quedó finalista en el Premio Nadal de 1949, la censura no le permitió publicarla. Finalmente, llevando a cabo las omisiones y los cambios necesarios pudo hacerlo con el título de “En esta tierra”, en 1955, por necesidades económicas, «para poder comer».

No es hasta 1993 y para el 2011 cuando se reedita en su versión original. «Ahora se pueden ver los informes de la censura», indicaba. Tanto la censura como el prejuicio por ser mujer durante el franquismo habían sido, en conjunto, la segunda etapa o experiencia más difícil de su vida. También subrayó durante aquel encuentro en su domicilio en Barcelona que había sentido muy de cerca la envidia y el recelo en su carrera profesional, como imaginaba que también la sufrieron Laforet o Martín Gaite.

Ana María Matute expresaba lo difícil que era escribir y tener éxito en un mundo y en un ambiente literario tan cerrado y dominado en términos generales por los hombres.

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