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REFLEXIÓN SOBRE ANA MARÍA MATUTE EN SU CENTENARIO


Columna de Opinión

Por Israel Rolon-Barada

Ana María Matute e Israel Rolón Barada. Foto: ISRAEL ROLÓN BARADA


Philadelphia, 26 de julio de 2025

La novelista barcelonesa Ana María Matute (1925-2014), autora de Los Abel (1948), Fiesta al noroeste (1953), Primera memoria (1959) y Los soldados lloran de noche (1964), entre otras obras y ganadora de premios literarios como el Planeta, el Nadal y el Cervantes, se distinguió por su calidad narrativa y gran afinidad humana con su generación a través de las diferentes etapas de la literatura española contemporánea.

Como una primera reflexión sobre la literatura de posguerra y punto de partida de su trayectoria literaria es necesario hacer referencia a su discurso durante la ceremonia de la entrega del Premio Cervantes el 27 de abril de 2011. Siempre expresaba con mucha modestia y humildad que una serie de escritoras como Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite y ella misma lograron «hacer algo productivo» y escribir durante la posguerra y el transcurso del franquismo.

Reconocía que «a pesar de que ha habido grandes cambios y progreso desde entonces, todavía faltaba mucho por hacer dentro de la literatura española contemporánea para lograr esa igualdad entre el hombre y la mujer. Existe hoy en día un abanico de posibilidades, estilos y formas en nuestra literatura.»

Al pedirle su opinión sobre el panorama literario español de entonces, señalaba a Javier Marías como un gran escritor contemporáneo.

En ocasiones cuando hablaba de sí misma confesaba que, al igual que Laforet, ella también dejó de escribir por varios años. En su caso por unos veinte, desde la década de los años setenta hasta que en 1996, gracias a Carmen Balcells y todo el apoyo que le brindó (secretaria, despacho, etc.), logró volver a la escritura.

Fue entonces cuando terminó de escribir y publicó “Olvidado Rey Gudú”, que consideraba su libro preferido, «la historia que llevaba guardada desde niña.»

Volvió a escribir después de una larga depresión que ella misma no podía explicarse, porque en realidad era cuando más feliz debería haber estado. Ya había recuperado a su hijo Juan Pablo luego de su separación matrimonial de Ramón Eugenio de Goicoechea, a quien ella llamaba «el malo». Durante el franquismo, el gobierno establecía que en una separación matrimonial (no se legalizó el divorcio hasta junio de 1981, años después de la muerte de Franco) los hijos menores de edad quedaban bajo la custodia del padre. La madre tenía que esperar al menos tres años para poder recuperar a su propio hijo. Hasta probar que era una buena madre y que su comportamiento era digno de obtener la custodia y hacerse cargo del menor. Esta había sido una de las experiencias y etapas más difíciles de toda su vida.

Recordaba durante nuestra última entrevista en el verano de 2011 cómo gracias a su suegra, «que era una gran mujer», podía ver a su hijo a escondidas. También me contó cómo este, con 8 ó 9 años de edad, comprendía la situación y le preguntaba: «¿Mamá, cuándo podemos quedar, cuándo nos volvemos a ver?»

A modo de ejemplo de las dificultades y el sufrimiento que atravesaba, me confesaba lo siguiente: «Mi ex – marido nunca fue buen padre. En casa nunca había dinero y a él tan sólo le interesaban los ingresos que entraban de la publicación y la venta de mis libros. El único día que llevó a nuestro hijo al cine, al momento de pagar, le preguntó a su hijo si tenía dinero para las entradas. Como era de esperar, el niño no tenía dinero y se volvieron a casa sin ver la película.» Me hizo comprender que su primer marido era una persona interesada, materialista y egoísta, que estaba a su lado solo por los escasos ingresos que la autora recibía de su producción literaria. La mención de este tema es porque venía a ser la primera de las dos situaciones adversas más delicadas y traumáticas (aunque no en orden cronológico) que enmarcaban sus recuerdos negativos desde la Guerra Civil y la posguerra, hasta la época cuando realizamos la entrevista.

«Fue una de las etapas más tristes y dolorosas de mi vida, mi primer matrimonio, la separación, y el proceso de recuperar a mi hijo entre 1963 y 1965.

Luego, como un milagro, como una bendición del cielo, pude viajar con mi niño a los Estados Unidos y trabajar como profesora visitante por un año en Bloomington, Indiana, y dejar atrás España. Pero no es cierto que mi ex marido conservara manuscritos míos inéditos en su poder como se había comentado en la Universidad de Barcelona. Más adelante pude rehacer mi vida y conocer a mi segundo marido, “el bueno”, que fue como un verdadero padre para mi hijo.» Se refería al gran amor de su vida, Julio Brocaral, que murió en 1990.

La segunda situación difícil por la cual tuvo que atravesar fue precisamente ser mujer y escritora durante la España de posguerra y el franquismo. Aunque había sido valorada y había ganado todos los premios literarios posibles desde 1952 – incluido el Cervantes en 2010 y su ingreso en la Real Academia Española en 1996 (tercera mujer en alcanzar esta distinción en 300 años) -, reconocía cuán duro había sido el ser escritora desde sus comienzos.

Recordaba cómo tuvo que ir acompañada de su padre para poder legalizar la edición y publicar su primera novela “Los Abel” en 1948. Una novela de inspiración bíblica que escribió cuando tenía 19 años de edad: «Es la historia de la humanidad y de la injusticia. Es una historia basada en la lectura de la Biblia. Hablamos del principio del “cainismo” en la literatura. Caín era el poco agraciado, al que todo le salía mal. En cambio, Abel era el más guapo y afortunado. Por ejemplo: cuando Caín hacía el fuego era un fracaso. A Abel, al querer hacer fuego, su hoguera le salía perfecta, hacia arriba…

Por eso Caín mata a Abel, al igual que en mi novela, por eso al final Tito tenía que morir en manos de su hermano mayor Aldo.» En cuanto al estilo y la escritura del libro, «en aquel entonces, a esa edad, no se pensaba en símbolos o arquetipos como parte de la construcción de una novela, como por ejemplo, el uso de los espejos.» Su obra fue cambiando y desarrollándose. Por ejemplo, durante sus primeras etapas de madre, escribió literatura para niños, género que abandonó cuando creció su hijo.

En cuanto a la Generación de la década de los años 50, Matute confesaba lo siguiente: «Nos queríamos mucho. Recuerdo que cuando vivía en Madrid, durante esos años, los escritores de la posguerra nos reuníamos a menudo, íbamos de copas y compartíamos nuestras cosas, como una familia.» Por otro lado, reconocía que era una época muy dura para ser escritora. También recordaba el malestar que sintió cuando recibió una crítica negativa de Manuel Cerezales, marido de Carmen Laforet, en 1954, sobre su obra «Pequeño teatro”. A pesar de ello, admitió que era «una crítica fuerte pero merecida y profesional.» A partir de 1970, después de la separación matrimonial entre Cerezales y Laforet, mantuvo un trato especial y una buena comunicación con él sobre temas literarios y que aquella crítica de los años 50 había quedado atrás.

Otro ejemplo de lo difícil que era escribir lo manifestaba por medio de su experiencia con la censura del régimen. Cuando su novela “Luciérnagas” quedó finalista en el Premio Nadal de 1949, la censura no le permitió publicarla. Finalmente, llevando a cabo las omisiones y los cambios necesarios pudo hacerlo con el título de “En esta tierra”, en 1955, por necesidades económicas, «para poder comer».

No es hasta 1993 y para el 2011 cuando se reedita en su versión original. «Ahora se pueden ver los informes de la censura», indicaba. Tanto la censura como el prejuicio por ser mujer durante el franquismo habían sido, en conjunto, la segunda etapa o experiencia más difícil de su vida. También subrayó durante aquel encuentro en su domicilio en Barcelona que había sentido muy de cerca la envidia y el recelo en su carrera profesional, como imaginaba que también la sufrieron Laforet o Martín Gaite.

Ana María Matute expresaba lo difícil que era escribir y tener éxito en un mundo y en un ambiente literario tan cerrado y dominado en términos generales por los hombres.

El contenido y las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva

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Tlaquepaque. Entregan 36 galardones del XLVIII Premio Nacional de la Cerámica


Martín Hernández Sánchez se lleva el Galardón Nacional de la Cerámica Tradicional, Gerónimo Ramos Flores el Premio Ángel Carranza y Saúl Camacho Rodríguez el Premio Pantaleón Panduro

Ganadores con integrantes del Comité Organizador y algunas de las piezas en exhibición. Fotos: CORTESÍA y CLAUDIA ANDALÓN

Enrique Vázquez Lozano / Guadalajara

El Centro Cultural “El Refugio” de Tlaquepaque exhibe hasta el 3 de agosto las piezas ganadoras de la edición XLVIII del Premio Nacional de la Cerámica. Entre los 36 galardones que se entregaron ayer  el Premio Ángel Carranza fue para  Gerónimo Ramos Flores, de Tonalá, Jalisco, quien se hizo acreedor a 75 mil pesos, el Premio Pantaleón Panduro que incluyó 100 mil pesos, para  Saúl Camacho Rodríguez del Estado de México, mientras que el Galardón Nacional de la Cerámica Tradicional  de 125 mil pesos, se lo llevó Martín Hernández Sánchez, originario del Estado de México, con la obra «Una Pequeña Gran Obra».

También se otorgaron 10 Premios San Pedro Tlaquepaque (50 mil pesos cada uno), 10 Premios Jalisco de la Cerámica (90 mil pesos cada uno), 7 Premios Nacional de la Cerámica (180 mil pesos cada uno).            Además, recibieron premio los 3 primeros lugares para la categoría de niñas y niños, y otros tres primeros lugares para el Talento Juvenil (laptop y tablets).  

Durante la premiación que rompió récord de participantes este año con 912 artesanos, la presidenta municipal de San Pedro Tlaquepaque, Laura Imelda Pérez Segura, destacó que la cerámica es una de las formas de arte más antiguas que se conocen en el planeta, que surgió hace más de 4,000 años cuando el ser humano empezó a crear objetos de uso cotidiano como vasijas, y fue incorporando elementos de la naturaleza, la mitología, la religión y en general la propia cosmovisión de cada cultura, con su estilo distintivo. En México, este arte popular ancestral prehispánico combina hoy diversas técnicas, es fuente de ingresos para muchas comunidades, es sin duda un gran atractivo turístico y principalmente es patrimonio cultural de nuestra nación.


“San Pedro Tlaquepaque es el único municipio del área metropolitana que es Pueblo Mágico, y en Tlaquepaque somos el centro geográfico de la metrópoli y el alma de la mexicanidad. Somos la orgullosa Villa Alfarera, es por eso que el Premio Nacional de la Cerámica es un certamen que está en ley federal, y el único de los que contempla de la Ley de Premios, Estímulos y Recompensas Civiles que expresamente, debe realizarse fuera de la Ciudad de México y específicamente, en Tlaquepaque”. La alcaldesa agregó: “he asumido con profundo interés, la misión de fomentar, preservar y dignificar este oficio milenario, por ello en esta Cuadragésima Octava edición, aumentamos el monto de los premios a las y los autores de las piezas ganadoras. Casi 50% más de premios, para alcanzar una bolsa de dos millones 790 mil pesos, con el fin de que las personas artesanas reciban un reconocimiento digno de su valor trascendental para nuestra cultura”.

Por otro lado, Sonya Santos Garza, directora del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (FONART) y José Rodolfo Padilla López, presidente del Patronato Nacional de la Cerámica coincidieron en señalar que el mantener este tipo de galardones, realzan la labor y prestigio de las y los artesanos. En el evento estuvieron presentes el secretario de Cultura del Estado de Jalisco, Luis Gerardo Ascencio en representación del gobernador Pablo Lemus Navarro y David Gallegos Soto, director general del Patronato Nacional de la Cerámica.


LISTA DE PREMIOS

TALENTO INFANTIL

Mención Honorífica Fabrizio Torres Meneses, originario de Tlaxcala, con la obra “Mi Pulquero Tlaxiquero”.

Tercer lugar a Erika Guadalupe Zacarías Pascual, originaria de Michoacán, con la obra “Mis Emociones.” segundo lugar a Abdiel Abdiel Valenzuela Ramos, originario de Coahuila, con la obra “Norteña” y primer lugar, Fabiana Soteno Jiménez, originaria del Estado de México, con la obra “Muertito y Coleando”.

TALENTO JUVENIL

Tercer lugar, Darío Soteno Esquivel, originario del Estado de México, con la obra “Niños con las Máscaras”, segundo lugar, Mane Aranza Delgado Fraire, originaria de Coahuila, con la obra “Juguemos”, primer lugar, Florencia Soteno Jiménez, originaria del Estado de México, con la obra “Recipiente de los Sueños Imperecederos”.

 
PREMIOS POR TRAYECTORIA

Premio Ángel Carranza. Gerónimo Ramos Flores, de Tonalá, Jalisco. Premio Pantaleón Panduro. Saúl Camacho Rodríguez, del Estado de México.

GALARDÓN NACIONAL DE LA CERÁMICA TRADICIONAL

Martín Hernández Sánchez, originario del Estado de México, con la obra «Una Pequeña Gran Obra».

CATEGORÍA: ALFARERÍA VIDRIADA SIN PLOMO

Premio San Pedro Tlaquepaque. Cristian Rodrigo Sebastián Contreras, originario de Michoacán, con la obra «Juego de Té Purépecha». Premio Jalisco. Antonio Martínez Reyes, originario de Michoacán, con la obra «Olla Punteada Primaveral». Premio Nacional. Marcelo Montoya Vázquez, originario del Estado de México, con la obra «Cazo Decorado».

CATEGORÍA: BRUÑIDO TRADICIONAL

Premio San Pedro Tlaquepaque. Carolina Medina Santana, originaria de Michoacán, con la obra «Cántaro Matizado Bruñido».

CATEGORÍA: VIDRIADO TRADICIONAL

Premio San Pedro Tlaquepaque. Antonia Cerano Gutiérrez, originaria de Michoacán, con la obra “Piña Flor Naciente”.

CATEGORÍA: POLICROMADO TRADICIONAL AL FRÍO

Premio San Pedro Tlaquepaque. Tomasa González Sánchez, originaria de Michoacán, con la obra “California en Llamas (Hollywood)”.

CATEGORÍA: TRADICIONAL ALISADO Y DECORADO EN ENGOBES

Premio San Pedro Tlaquepaque. Yesenia Lorenzo Camilo, originaria de Guerrero, con la obra “Danza de Chinelos”.

CATEGORÍA: FIGURA EN ARCILLA

Premio San Pedro Tlaquepaque Luis Timoteo Vicente Jacobo, originario de Michoacán, con la obra «Cantina el Diablito Feliz». Premio Jalisco. Guadalupe de la Cruz Torres, originaria de Michoacán, con la obra «Velatorio de Monjas Coronadas». Premio Nacional. Gerardo Tena Sandoval, originario de Chihuahua, con la obra «Cuidemos la Fauna».

CATEGORÍA: CERÁMICA EN MINIATURA

Premio San Pedro Tlaquepaque. Rolando David Rodríguez Herrera, originario de Aguascalientes, con la obra «Días de Fiesta». Premio Jalisco. Carlos Ignacio Ávalos Ruiz, originario de Michoacán, con la obra «Los Trastecitos de mi Abuela». * Premio Nacional*. José Adolfo Soto Díaz, originario el Estado de México, con la obra «La Tlanchanita de Metepec».

CERÁMICA NAVIDEÑA

Premio San Pedro Tlaquepaque Elizabeth Castañeda Escobar, originaria de Veracruz, con la obra «Burrito Sabanero». Premio Jalisco. Miguel Ángel González Mesillas, originario del Estado de México, con la obra «Nacimiento». Premio Nacional. Blanca Jiménez Flores, originaria del Estado de México, con la obra «Buenos Días Jesús».

CATEGORÍA: ESCULTURA EN CERÁMICA

Mención Honorífica. Carlos Vázquez Macías, originario de Jalisco, con la obra «Hijos de Maíz» y Manuel Alejandro Romo Razón, originario de Jalisco, con la obra «Gallito de Verano». Premio San Pedro Tlaquepaque Marina Santana González, originaria de Jalisco, con la obra «Santanaceramica@gmail.com». Premio Jalisco. Ángel Martín Álvarez Rivera, originario de la Ciudad de México, con la obra «Ello, Yo y Super Yo». *Premio Nacional. José Miguel Quisberth León, originario de la Ciudad, con la obra «Imaginari».

CATEGORÍA: CERÁMICA CONTEMPORÁNEA

Premio San Pedro Tlaquepaque Emmanuel Abelardo Zavala Flores, originario de Veracruz, con la obra “Modernidad Efímera”. Premio Jalisco Brian Gregorio Corres Hernández, originario de Oaxaca, con la obra “Polilla”. Premio Nacional. Constanza López Caparros Íñiguez, originaria de Veracruz, con la obra “Manglar”.

CATEGORÍA: CERÁMICA TRADICIONAL

Premio Jalisco Esperanza Felipe Mulato, originaria de Michoacán, con la obra «Fiesta de San Pedro y San Pablo». Premio Nacional. Alfredo Felipe Rivera, originario de Michoacán, con la obra “Alfarería”.